miércoles, 27 de octubre de 2010

Cuando la Tierra era plana, inmóvil y, además, centro del Universo


El desconocimiento de la Gravitación Universal fue una de las razones que impidió a los antiguos creer en las antípodas. San Agustín (uno de los cuatro más importantes Padres de la Iglesia latina) informaba: «¿Cómo no comprendéis que si hubiese hombres bajo nuestros pies, tendrían la cabeza hacia abajo y caerían en el cielo?»

Este obispo de Dios creía que la Tierra era plana porque la veía así, y dedujo que las estrellas están pendientes como antorchas movibles de la bóveda celeste; que en el momento en que perdieran su apoyo, caerían sobre la Tierra como una lluvia de fuego, y que la Tierra es una tabla inmensa que constituye la parte inferior del mundo. Si se le hubiese preguntado quién sostiene la Tierra, habría respondido que no lo sabía, pero que para Dios nada hay imposible. Tales eran, con relación al espacio y al movimiento, las ideas de San Agustín, ideas que le imponía un prejuicio originado por la apariencia, pero que había llegado a ser para él una regla general y categórica de juicio. En cuanto a la causa verdadera de la caída de los cuerpos, su espíritu la ignoraba totalmente; no podía dar más razón que la de que un cuerpo cae porque cae.
A pesar de lo anterior, curiosamente San Agustín es citado y admirado dentro de la institución católica por su convencimiento de que la razón y la fe no se oponen, sino que su relación es de colaboración alegando, además, que la inteligencia es la recompensa de la fe.

Damos un salto en el tiempo:

La teoría geocéntrica es una antigua creencia de ubicación de la Tierra en el Universo. Coloca la Tierra en una esquina del Universo, y los astros, incluido el Sol, girando alrededor de ella. El geocentrismo ya había estado vigente en las más remotas civilizaciones y se mantuvo en vigor hasta el siglo XVI cuando fue reemplazada por la teoría heliocéntrica (la Tierra deja de ser el centro y esta posición privilegiada se le adjudica al Sol).

En la actualidad, todavía una parte de fundamentalistas religiosos, entre los que se incluyen algunos grupos católicos supersticiosos siguen interpretando sus escrituras sagradas insistiendo en que la Tierra es el centro físico del Universo.
Curiosamente, también los astrólogos, al margen de que puedan o quieran creer, o no, en el geocentrismo, todavía emplean este modelo en sus supuestos cálculos para predecir horóscopos.
La Asociación Contemporánea para la Astronomía Bíblica, sostiene una versión modificada, la cual denominan geocentricidad. No obstante, una parte de los grupos religiosos actuales ya han conseguido aceptar el modelo heliocéntrico.


Galileo Galilei (Pisa, 1564 / Florencia, 1642)
Astrónomo, filósofo, matemático y físico (precursor del Método Científico)

En mayo de 1609, Galileo recibe una carta de París de uno de sus antiguos alumnos, quien le confirma un rumor insistente: la existencia de un telescopio fabricado en Holanda que permite ver los objetos lejanos aumentados tres veces. Este telescopio ya habría permitido ver estrellas invisibles a simple vista. Con esta única descripción, Galileo construye su primer telescopio. Al contrario del telescopio citado, el de Galileo no deforma los objetos, es el único de la época que consigue obtener una imagen derecha y, además, los aumenta 6 veces. Este invento marcará un giro en la vida de Galileo.
El 21 de agosto, apenas terminado su segundo telescopio (aumenta ocho o nueve veces), lo presenta al Senado de Venecia. Los espectadores quedan entusiasmados: ante sus ojos, la ciudad de Murano, situado a 2 km y medio, parece estar a 300 m.
Galileo ofrece su instrumento y lega los derechos a la República de Venecia, muy interesada por las aplicaciones militares del objeto. En recompensa, es confirmado de por vida en su puesto de Padua y sus emolumentos se duplican liberándose por fin de las dificultades financieras.

Observando el exterior
Durante el otoño, Galileo continuó desarrollando su telescopio. En noviembre, fabrica un instrumento que aumenta veinte veces y emplea su tiempo para observar el cielo.
Observando las fases de la Luna tiene lugar su primer descubrimiento con ayuda del telescopio: descubre que este astro no es liso, perfecto e inmutable, como suponía la tesis aristotélica.
Galileo observó una zona transitoria entre la sombra y la luz que no era nada regular y afirma la existencia de montañas en la Luna. Cuando Galileo publica su descubrimiento piensa que las montañas lunares son más elevadas que las de la Tierra (como en realidad sabemos hoy).

En pocas semanas, descubrirá la naturaleza de la Vía láctea, observa que el número de estrellas visibles con el telescopio se duplica, además, no aumentan de tamaño, cosa que sí ocurría con los planetas, el Sol y la Luna. Cuenta las estrellas de la constelación de Orión y constata que ciertas estrellas visibles a simple vista son, en realidad, cúmulos de estrellas.
Galileo observa los anillos de Saturno aunque no descubre su naturaleza y estudia igualmente las manchas solares.

El 7 de enero 1610 Galileo hace un descubrimiento que provocará una conmoción en toda Europa: remarca 3 estrellas pequeñas en la periferia de Júpiter. Después de varias noches de observación, descubre que son cuatro y que giran alrededor del planeta. Se trata de los satélites de Júpiter, a los que llama Calixto, Europa, Ganimedes e Io (llamadas hoy satélites galileanos).
El 4 de marzo 1610, publica en Florencia sus descubrimientos, resultado de sus primeras observaciones estelares: para él, Júpiter y sus satélites son un modelo del Sistema Solar. Había encontrado una prueba de que no todos los cuerpos celestes giraban en torno a la Tierra, pues ahí había cuatro planetas (en la concepción de planetas que entonces se concebía, que incluía la Luna y el Sol) que lo hacían en torno a Júpiter. Gracias a esto, puede demostrar que no todos los cuerpos celestes giran alrededor de la Tierra. Y también corrige a seguidores de Copérnico que habían deducido que todos los cuerpos celestes giran alrededor del Sol (teoría que ya había sido prohibida por la Iglesia Católica).


El 10 de abril, muestra estos astros a la corte de Toscana. Es un triunfo. El mismo mes da tres cursos sobre el tema en Padua. Galileo recibe el apoyo del astrónomo alemán Johannes Kepler quien no confirmará este descubrimiento hasta cinco meses más tarde gracias a una lente ofrecida por Galileo en persona.
El astrónomo del Colegio Romano de los jesuitas afirmará: «Todo el sistema de los cielos ha quedado destruido y debe arreglarse».

Ese mismo año tiene lugar otro descubrimiento que refuta la perfección de los cielos: la observación de manchas en el Sol. Los resultados se publican dos años más tarde y el jesuita Cristopher Shcneider se atribuye su descubrimiento argumentando que eran planetoides que estaban entre el Sol y la Tierra. Tras la polémica, Galileo demostrará matemáticamente que se encuentran en la superficie del Sol. Además, la observación de estas manchas solares le conducirán a otro importante descubrimiento: el Sol está en rotación, su eje inclinado y, más adelante, mediante cálculos de geometría y física, Galileo indicará una explicación de movimientos inerciales: la Tierra se mueve alrededor del Sol y rota sobre sí misma.
Utilizando por primera vez la aplicación del Método Científico (observación y experiencia) observó las fases de Venus, junto a una variación de tamaño que son solo compatibles con el hecho de que Venus gire alrededor del Sol, ya que presenta su menor tamaño en fase llena y el mayor cuando está en fase nueva, es decir, cuando está entre el Sol y la Tierra.
Una vez más quedan refutadas las teorías en las que se refugiaban los jesuitas del Colegio Romano, quienes se consideraban a sí mismos como la rama intelectual de la Iglesia. Este acontecimiento motiva la intervención de los cardenales de la Santa Inquisición.

Ante el continuo éxito y difusión de sus descubrimientos, el 9 de abril de 1633 la Iglesia católica comienza el proceso mediante un interrogatorio, y bajo amenaza de tortura, que acusa a Galileo por razones bíblicas y científicas. Su pecado: cuestionar y resquebrajar los principios sobre los que hasta ese momento se había sustentado el conocimiento introduciendo a cambio el Método Científico y, con ello, cuestionar textos bíblicos y erróneas creencias impuestas por la teología católica.

En el auto de acusación a Galileo, la Iglesia declaró:
«La doctrina de que la Tierra no se halla en el centro del Universo ni está inmóvil, sino que gira, incluso en una rotación diaria, es absurda; es falsa desde el punto de vista psicológico y teológico y constituye, cuando menos, una ofensa a la fe.»

El 22 de junio de 1633 la Iglesia católica condena a Galileo a prisión perpetua.
A continuación se le solicita que reniegue de sus descubrimientos científicos, así lo hizo Galileo. Por tal motivo, el Papa conmuta la prisión por arresto domiciliario de por vida.
Y así ocurrió hasta el día de su muerte, a la edad de 77 años.

La iglesia católica consigue así su objetivo y Galileo se retracta de la aportación científica que ya había legado al conocimiento racional del ser humano, para terminar afirmando:
«Habiendo sido amonestado por el Sagrado Oficio para que abandone por completo la falsa opinión de que el Sol se halla en el centro del Universo y está inmóvil y de que la Tierra no ocupa el centro del mismo sino que se mueve... he sido... sospechoso de herejía, es decir, de haber manifestado y creído que el Sol es el centro del Universo y está fijo, y que la Tierra no ocupa el centro del mismo sino que gira... Yo abjuro con toda sinceridad y con genuina fe, execro y detesto los mismos pecados y herejías y, en general, todas y cada una de las ofensas y sectas contrarias a la Santa Iglesia católica.»

Hasta 1832 (199 años después) la Iglesia católica mantuvo el trabajo de Galileo en la lista de libros cuya lectura quedaba prohibida bajo riesgo de horrendos castigos para sus inmortales almas.

Todavía en 1864, Pío IX, el Papa que convocó también el Concilio Vaticano, en el cual, por primera vez y ante su insistencia fue proclamada la doctrina de la infalibilidad papal (es decir, el Papa nunca se equivoca). He aquí un extracto que no tiene desperdicio:

«La revelación divina es perfecta y, por ello, no está sujeta a un progreso continuo e indefinido a fin de equipararla con el progreso humano... Ningún hombre es libre de abrazar y profesar la religión que crea verdadera, guiado por la luz de la razón... La Iglesia tiene poder para definir dogmáticamente que la religión de la Iglesia católica es la única religión verdadera... Es necesario, incluso en el día de hoy, que la religión católica sea considerada la única religión del Estado, excluyendo todas las demás formas de devoción... La libertad civil para elegir el tipo de fe y la concesión de poder absoluto a todos para manifestar abierta y públicamente sus ideas y opiniones conduce con mayor facilidad a la corrupción moral y mental de las personas... El Pontífice romano no puede ni debe reconciliarse ni estar de acuerdo con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna.»

Stephen Hawking consideró, en pleno siglo XX, que Galileo probablemente sea más aún el responsable del nacimiento de la ciencia moderna que cualquier otro.
Albert Einstein lo llamó Padre de la ciencia moderna.

(algunos datos acerca del tropiezo de Galileo con la imposición católica han sido extraídos del libro “Un punto azul pálido” del astrónomo Carl Sagan)

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